dimecres, 17 de febrer del 2010

Los malos alumnos

Era una de mis primeras guardias. Guardias en un instituto de secundaria. Había una luz tenue de otoño. El sol se ponía detrás de las montañas, pero aún nos llegaban sus rayos y necesité ponerme las gafas de sol para evitar la ceguera que me producían, o quizá para ocultar mis ojos de miradas extrañas. Quizá fue esto último porque pronto me di cuenta que la escena merecía observarse con detenimiento.

Minutos antes, nada más llegar al gimnasio, unos pocos alumnos insistieron en quedarse dentro ante mi propuesta de salir al patio. Era novata y la jefa de estudios consideró oportuno asesorarme: dales unas pelotas y que salgan fuera a jugar. Me apetecía. Quería respirar aire puro, que el sol acariciara mi rostro. Por ello, pronto corté sus protestas y poco a poco todos salieron al patio.
Un grupo de siete u ocho lo tenían claro: la pelota era su afición. Todos ellos chicos, porque las chicas se aglutinaron en torno a un chico que insistió en quedarse sentado en el banco cercano a la puerta de entrada. Se movían alrededor de él con la raqueta de tenis en las manos, sin decidir si irse a jugar como les había propuesto o quedarse con él.

- No pienso hacer nada en este puto crédito variable. Nos han engañado como a chinos. Que si sería divertido un crédito de juegos populares, que si esto que si aquello, ¡vamos que me van a enseñar ahora a jugar a las chapas!
- Cuantas horas tenéis de clase en el gimnasio?
- Seis horas
- ¿Estás seguro? -quise asegurarme-
- Pues claro, la clase de educación física y este puto crédito variable.
Dudé entre recriminarle su lenguaje o seguir hablando con él.
-¿Preferirías estar en clase haciendo otras asignaturas?
- No sé, depende. Pero se supone que estamos aquí para aprender algo, aunque seamos unos zoquetes ¿no?
 
Era un grupo reducido, unos 15 alumnos de segundo de ESO. Los observaba de lejos. Cómo iban vestidos, como gesticulaban al hablar... y no había duda: estaba ante un grupo especial, de refuerzo, es decir, un grupo que se había formado de la segregación de alumnos de los grupos ordinarios, como aquellas manzanas que, considerándolas podridas, son eliminadas del cesto para no contaminar a las otras. Me costaba creerlo, estaban en primer ciclo, no se trataba de una diversificación curricular. Eran malos alumnos, con retraso de aprendizaje, que a su corta edad, 13-14 años, ya habían clasificado, etiquetado y marcado. No merecían estar allí. Y si lo estaban era porque la ley lo obligaba o porque su matrícula justificaba los puestos de trabajo de aquellos que habían decidido que estuvieran allí.

Què serà de nosotros los malos alumnos de Álvaro Marchesi, nos habla con profesionalidad sobre ellos y nos recuerda que Estos alumnos son malos alumnos sí, pero son nuestros malos alumnos, nuestros familiares y nuestros vecinos, y forman parte de nosotros. De ahí nuestra responsabilidad colectiva con ellos.