diumenge, 9 de gener del 2011

Pedro

Pedro es una de les experiencias más recientes que he tenido. Me cuesta describir el contexto, un instituto en un barrio de Barcelona poco conflictivo, y hacerlo con cierto realismo, pero no describir los sentimientos. En la primera reunión de equipo docente me explicaron que era el alumno que daba más problemas, que era más difícil de controlar. Me imaginé la marginación, la negación de pensamiento, la provocación sin más.

Cuando llegas por primera vez al aula Pedro intenta agradar. No pasar desapercibido. Se comporta. Solo cuando comprueba que eres una más de las profes con las que deberá compartir el curso, y ya te ha tomado el número de cómo tratarte, sale su manera más típica de actuar: empieza a incordiar verbalmente a sus compañeros y a moverse por el aula. 

Esto podía hacerlo en mi clase, pues los agrupaba entre grupos de tres, trabajando en equipo y le gustaba pasearse por la mesas. En las demás clases no podía hacerlo puesto que los pupitres estaban distribuidos en el aula unos detrás de otros de manera que la interacción entre los alumnos era prácticamente imposible y Pedro se sentaba habitualmente al fondo en un rincón a la izquierda. ¿Qué otra cosa podía hacer?, ¡su trabajo había terminado! El no era como aquellos incompetentes que no saben nada de nada. El se interesaba por todo. Cuando le preguntas algo contesta: eso es muy fácil, pues claro que lo sé. No siempre es así. 

Cuando está ante el ordenador y le dejas tiempo libre cinco minutos antes de finalizar la clase no va a parar siempre al mismo sitio: minijuegos, como la mayoría de los alumnos. No. Tampoco es de los que te dicen que han acabado el trabajo. No. El, por ejemplo, busca imágenes inéditas del universo. Un día me di cuenta que no las buscaba en Internet sino que algún profe de alguna materia había instalado un programa y él estaba investigando. No quiero decir que Pedro sea autosuficiente ni superdotado. De hecho, si le propones hacer un trabajo serio, aunque sea a partir de un tema de su interés, lo trabaja de forma superficial y se niega a profundizar. ¡El ya había terminado! Tenía carácter para su edad, 14 años. Sabía lo que quería, ser el centro de atención, y conseguía fascinar a sus compañeros, con menos competencias que él. 

Una tarde de aquellas de principios de octubre, cuando es más difícil captar la atención de los alumnos, cuando se ponen insoportables, incapacitados para cualquier otra cosa que no sea reír y decir tonterías… Se suponía que yo les tenía que dar clase de tecnología (es bien cierto, aunque parezca mentira, que el centro me asignó como psicopedagoga esta función y otras asignaturas todavía más alejadas de mi cometido), pues bien, cuando se suponía que yo les tenía que dar clase de tecnología (sin posibilidades de acceder al taller) paré el vídeo que pretendía trabajar con ellos aquella tarde, los reuní en círculo y hablamos de aquello que les interesaba a ellos. 
  
Como no podía ser de otra manera, Pedro tomó la iniciativa y nos habló de fantasmas, de las apariciones, de los muertos vivientes. El conocía, había visto un vídeo a Youtube en el que es veían unos jóvenes que entraban en un centro sanitario abandonado, y empezó a explicarnos historias... Yo solo escuchaba y no daba crédito a la cara, a los ojos del resto de alumnos mientras lo escuchaban…  Aquella tarda reflexioné mucho sobre la situación que estaba viviendo: las asignaturas que me habían asignado impartir, la agrupación de alumnos por niveles de rendimiento, el grupo de 8 alumnos que tenía delante de mí, los últimos del escalón, sí, ya sabéis, aquellos que nadie quiere en su clase, los que molestan, los que sufren porque se sienten poco valorados, con más problemas personales y necesidad de afecto que problemas de aprendizaje… Una segregación malévola que se retroalimentaba y justificaba lo que no tenía justificación.

Un día quise hablar a solas con él y en un momento dado le dije: Pedro, qué haces tu en este grupo?, por qué no haces nada para demostrar... No me dejó acabar: será por mi comportamiento, no??  Sencillamente, no era su sitio, pero estoy convencida que tampoco lo era de nadie. Pero él lo tenía bien asumido. Hay cosas que entendí mucho después. En una ocasión, hablando en el equipo docente con una compañera ésta nos dijo, alardeando: pues yo sé muy bien como controlar a Pedro. Lo saco a la pizarra a resolver un ejercicio (mates) y lo pongo en ridículo. Así consigo tenerlo calladito una temporadita… Dios, que perversión!


Timescapes Timelapse: Mountain Light from Tom Lowe @ Timescapes on Vimeo.